RIGOBERTO GUZMÁN ARCE

                                              PASIONES

                                        1 DE 2 PARTES

Un vigía de las tundras del corazón, un pescador de peces de colores, un visitante a la casa de las letras, un pensador de los rostros y la viveza de mujeres como aquella hermana de la maestra en el callejón donde respiraba, que por su culpa me tenía en vela descubriendo frases de amor y desesperación, de pasiones súbitas como volcanes en cada parte de mi cuerpo y la fiebre, sintiéndome como un mar embravecido. La escritura me llamaba y yo tratando de huir como a una mujer que te quiere, que te busca y ninguneas, porque pensaba que los caminos eran el estudio, el futbol y los amigos en la colectividad y en las borracheras. Cuando les decía que hacía poemas, se reían, entonces los guardaba, los quemaba o los tiraba a la basura despedazados como si fueran mariposas inertes. Las semillas se las llevaba el viento para fertilizarlas, las flores me imantaban, los giros del papalote en el cielo de las metáforas, las angustias se levantaban como las banderas en su nacimiento. Había algo que hacía falta, algo que me rompiera la timidez, aquella que me hizo sufrir en tercer año de Preparatoria y la Universidad. Inventaba amores, besos y manos atadas. Sentía un torrente de luz, la más hermosa agua marina. Apareciste tú, ya no eras un manifiesto en la contra portada de mi cuaderno, ya eras presencia física. Ya eran las bellezas, la piel, el ensueño, la risa donde mi tinta negra y azul, tinta verde imitando en el estilo a Neruda, podía vivir, podía iluminarte y darte de beber, en las constelaciones, en las profundidades de mi alma. Tu nombre tuvo color, sabor y aroma; tu pelo tuvo caracoles, olas y rocas, amanecer y anochecer contigo, abrazados en la luna. Mis versos conocieron la luz de tus ojos, la admiración de tus manos, la compañía de tus labios. Nadie te había regalado un poema, ni provocado ni siquiera un epigrama, una oda, o un haiku. Lloraste primero y yo creí que era por lo horrible del escrito, después me diste un beso en la mejilla, pensé que por compasión para que desistiera, un beso sentido, ya empecé a sacar conclusiones y el abrazo final que entendí que agradecida estabas. Entonces el camino fue para dos y en la hoja blanca se dibujó dos corazones, los nombres enlazados, y entre cursilería y mis nuevos sentimientos provocados estábamos juntos. Y así como una leve lluvia donde caen las gotas en calma, así como las hojas que el otoño las invita a extenderse en el mes de septiembre, así como el horizonte propone al sol que extienda su manto en las montañas, se movieron mis poemas que tuvieron por fin destinataria en este correo intenso del amor. Por fin mi alma se abrió como un balcón a las palomas. Me sentí feliz cuando en calma en una banca leías mi corazón construido con elementos de tu piel, de tu silencio, de tu preciosa sonrisa, de tus bailes, y la armonía del encantamiento por querernos y sentirnos juntos. Comprendí que la vida es maravillosa cuando amas a una mujer. Caminé entre libros, en el recuerdo tuyo tan olorosa de aroma sutil, clarividente, donde en todo estabas tú, desde el inicio del día hasta la oscuridad de la noche, entonces mis recorridos con los sentidos abiertos ante cualquier acto, objeto, acontecimiento natural y elemental tenían razón de existir. Entonces comprendí que la palabra tiene significado, propiedad, peso, volumen, superficie. Que unida a otras más tiene amplitud de galaxias, distintivos de moléculas, comunión de átomos, explosión de cariños, antesala de los sueños; crisoles de metales, maderas y entusiasmo, reunión de pájaros azules en tu ventana. Claridades en las cercanías y lejanías, estadio lleno de puros besos, árboles fosforescentes con flores cantadoras, un arcoíris por cada poro, canciones eternas en tu linda humanidad, el fuego en tu respiración y el sonido de campanas en tus latidos de mujer y hombre completamente enamorados, hasta que el implacable destino nos abandonó.

Ya no fue lo mismo, despertaron mis sentidos, y en cada gota de agua estaba la metáfora, una pequeña historia, en cada nube anidaban miradas, horizontes que clamaban por ojos y los momentos de los días eran caminos de corazones. Me fui por el mundo entre cuadernos y tinta, me sentí el eterno peregrino de las hojas y las plumas. Escribir cartas de pasiones, los latidos débiles también por el desamor, cuando la mujer de mis sueños se esposó sin querer queriendo, las crueldades del destino y los rumores. Aquí estoy en un cuarto lejano entre el frío y la desesperación en la frontera inhumana, intentando entender la separación de un amor galopante y festivo y roto el juramento.