El mal llamado día de la raza

Por Sergio Mejía Cano

En 1992, cuando se dice que se cumplían 500 años de la llegada de Cristóbal Colón a las islas de las Antillas, fue cuando se empezaron a difundir más las protestas respecto a aquella llegada de aquellos europeos a las cercanías del continente que hoy se denomina, América. Protestas que, gracias a los avances tecnológicos en cuanto a información se comenzaron a conocer por más gente en todo el mundo, porque anteriormente solamente se difundía la noticia de un descubrimiento.

Afortunadamente hoy en día gracias, precisamente a esos avances tecnológicos como el internet, ahora se sabe a nivel mundial que dicho descubrimiento e invasión no cayó nada bien a las poblaciones invadidas, cuyo resentimiento sigue latente en los descendientes de aquellas naciones originarias, muchas de las cuales desaparecieron para siempre; sin embargo, el dolor de aquellos habitantes que sufrieron el dolor de ver cómo se trataba de destruir su cultura, creencia y, desde luego, su forma de vida, lo fueron trasmitiendo de boca en boca a las nuevas generaciones, muchas de las que ya con la facilidad de la escritura la fueron plasmando en libros que, si bien muchos de ellos no se difundieron al ser prohibidos, ahora la mayoría circulan libremente por lo que ya mucha gente conoce las atrocidades que hicieron aquellos invasores.

Y a propósito de atrocidades, como se dice y se afirma que la historia la hacen y escriben los vencedores, infortunadamente hay muchos mexicanos que se siguen creyendo el cuento de que los europeos vinieron a civilizar a los habitantes de estos lares, que les erradicaron sus bárbaras costumbres como el canibalismo, el sacar el corazón de los prisioneros para ofrecerlo al Sol para que volviera a salir al día siguiente; para que ya no adoraran figuras demoniacas. Así que fue necesario encausar a aquellos habitantes a la “verdadera fe” y que comprobaran cómo se podía vivir en medio de la suciedad, el desaseo corporal, desecando manantiales, lagos, lagunas, arroyos, ríos, etcétera.

También los europeos les hicieron ver a los naturales de lo que hoy es lo que se denomina Mesoamérica, que sus sacrificios eran infernales comparados a los de ellos, los europeos, como la muerte a garrote vil, la hoguera, los latigazos, los descuartizamientos atando a un individuo de sus extremidades a caballos posicionados en cuatro direcciones, el potro, el ahorcamiento, el desollar en vida a la gente, en fin, toda una serie de actos muy celestiales para los europeos de aquellos años.

Obviamente que aquellos europeos tuvieron que exagerar el modo de vida de los invadidos para poder justificar así sus propias atrocidades. Así que, por desgracia, hoy en día haya mexicanos que, al sentirse más ligados a la sangre europea se crean todo lo que se les dice en cuanto a lo que hacían los nativos de aquel entonces y crean a pie juntillas que sí trajeron la civilización; siendo que en esta parte del continente y más al sur del continente, como en Perú, ya habían existido grandes culturas más civilizadas que muchas ciudades europeas. Pero como aquí no había ruedas, pues estaban muy atrasados, ¿ruedas para qué si no había animales de tiro? Y, como los naturales convivían con la Naturaleza sin dañarla, pues no sabían cómo sacarle provecho a nada.

Lo bueno es que hoy en día ya muchos pueblos de Latinoamérica han despertado, por lo que cada día crecen las protestas en contra de lo que se llegó a denominar como “el día de la raza”; he ahí que en muchas ciudades se han quitado las estatuas de Cristóbal Colón, de Francisco Pizarro, así como emblemas que se refieren a aquella cruenta invasión que se le conoce como conquista.

A quienes cursamos la primaria a principios y mediados de los años 60 del siglo pasado, cada 12 de octubre nos hacían declamar o cantar odas al día de la raza, en donde se ensalzaba la llegada de Colón. Recuerdo parte de una canción que se nos hacía cantar a los niños en las escuelas: “si la reina Isabel, ricas joyas a su empresa solícita dio al valiente y osado marino, Cristóbal Colón…” o algo así que en otra de sus estrofas hablaba de “la niña, la pinta y la Santa María” como las tres carabelas en las que llegó al caribe el veneciano, Colón.

De esos mexicanos que se sienten más españoles aún los hay, pues Eduardo del Río (Rius) en uno de sus tantos libros en donde habla de las pulquerías, dice que a una le pusieron “Los caballeros de Colón”, pero protestaron, por lo que el pulquero le cambió a decir: “Las mulas de don Cristóbal”.

Sea pues. Vale.