El Día de Muertos: el regreso de lo querido, así es como ve la UNESCO la celebración mexicana del Día de Muertos, Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad
El Día de Muertos, una de las celebraciones más icónicas de México, no solo es apreciado en el país, sino que también ha capturado la atención del mundo entero. El 7 de noviembre de 2003, la UNESCO proclamó el Día de Muertos como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Posteriormente, en 2008, la festividad fue inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, reconociendo su profundo significado cultural y su capacidad de preservar las tradiciones vivas de las comunidades mexicanas. Esta declaración es una muestra del valor que la organización atribuye a la diversidad cultural y a las manifestaciones que unen el pasado y el presente en rituales llenos de significado.
La UNESCO ve en el Día de Muertos algo más que una simple festividad: lo considera un espacio donde se combinan la memoria, la identidad y la diversidad cultural de México. Los altares, decorados con cempasúchil, fotos de seres queridos, velas y alimentos, constituyen una representación tangible de la visión mexicana sobre la muerte. Para la organización internacional (UNESCO, 2008), estos elementos son prueba de una riqueza cultural que desafía la modernidad, ya que logra mantener viva una tradición ancestral que invita a celebrar la vida a través del recuerdo de los difuntos.
Según la UNESCO (UNESCO, 2008), la celebración del Día de Muertos es una muestra de cómo las comunidades se unen para fortalecer los vínculos familiares y comunitarios. Alrededor de esta fecha, los hogares se llenan de colores vibrantes y aromas que evocan nostalgia. La organización también resalta cómo la festividad involucra a diferentes generaciones, lo que permite que el conocimiento y los valores culturales se transmitan de abuelos a padres, y de padres a hijos. Esta transmisión generacional es un aspecto clave que la UNESCO busca proteger a través de sus esfuerzos por reconocer el patrimonio cultural inmaterial.
El Día de Muertos también representa un momento de resistencia cultural frente a la homogenización. En un contexto globalizado, la celebración se mantiene como un elemento único que refleja la diversidad cultural de México. Para la UNESCO, es fundamental proteger manifestaciones como esta, que no solo mantienen viva la identidad nacional, sino que también ofrecen al mundo un ejemplo de cómo la tradición y la modernidad pueden coexistir armoniosamente.
El Día de Muertos en el mundo
El Día de Muertos ha trascendido fronteras y hoy se celebra en diferentes partes del mundo, convirtiéndose en un símbolo cultural que representa a México. En ciudades como Los Ángeles, Nueva York y Madrid, se organizan desfiles, exposiciones y altares que buscan honrar a los difuntos y compartir con otros países la riqueza cultural de esta tradición mexicana. Estos eventos no solo celebran la vida de los fallecidos, sino que también fomentan el entendimiento y la apreciación de la cultura mexicana entre personas de diversas nacionalidades.
Para muchos extranjeros, el Día de Muertos resulta fascinante por la forma en que México aborda el concepto de la muerte. A diferencia de las perspectivas occidentales que suelen asociar la muerte con tristeza y temor, el enfoque mexicano refleja una visión más espiritual y festiva. Medios internacionales, como BBC y National Geographic, han elogiado esta celebración por su profundidad simbólica y por ser un ejemplo de cómo la humanidad puede encontrar belleza y significado en la muerte.
El Día de Muertos ha sido representado en producciones culturales internacionales, como la película “Coco” de Pixar, la cual ayudó a dar a conocer esta tradición en todo el mundo. Gracias a este tipo de representaciones, el Día de Muertos se ha convertido en un símbolo de la identidad mexicana que es ampliamente respetado y valorado por su autenticidad y su capacidad de unir a las personas en torno al amor y la memoria de quienes ya no están.
Cada año, el Día de Muertos nos recuerda que la muerte no es el fin, sino un ciclo en el que el amor y el recuerdo permiten que los seres queridos permanezcan siempre presentes. Desde la perspectiva de la UNESCO, esta celebración es un testimonio del poder de las tradiciones vivas y de la capacidad de las comunidades para mantener su identidad cultural frente a los cambios constantes del mundo.
El Día de Muertos: el regreso de lo querido
A veces el colibrí, a veces el cuervo,
a veces el tecolote, nos dice cuándo hemos de irnos.
Pero nosotros los mexica no morimos,
sólo cambiamos de casa, de cuerpo.
Y cada año venimos aquí.
Como cada año en las diferentes regiones de México las comunidades celebran el regreso temporal de sus familiares y seres queridos difuntos: el Día de Muertos. Se trata de una festividad sincrética entre la cultura prehispánica y la religión católica que, dado el carácter pluricultural y pluriétnico del país, ha dado lugar a expresiones populares diversas, transmitidas de generación en generación y a las que, con el paso del tiempo, se han añadido diferentes significados y evocaciones de acuerdo con el pueblo indígena, comunidad o grupo que las llevan a cabo, en el campo o en la ciudad.
La UNESCO, único organismo especializado de las Naciones Unidas cuyo mandato trata específicamente de la cultura, se asocia a esta celebración recordando que las festividades indígenas por el Día de Muertos, como se le conoce popularmente, forman parte de la Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial, al tiempo que enfatiza la importancia de su significado en tanto se trata de una expresión tradicional -contemporánea y viviente a un mismo tiempo-, integradora, representativa y comunitaria.
El Día de Muertos en la cosmovisión indígena implica el retorno transitorio de las ánimas de los difuntos, quienes regresan a casa, al mundo de los vivos, para convivir con los familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los altares puestos en sus honor. Su origen se ubica en el sincretismo entre la celebración de los rituales religiosos católicos traídos por los españoles y la conmemoración del día de muertos que los indígenas realizaban desde los tiempos prehispánicos; los antiguos mexicanos, o mexicas, mixtecas, texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios de nuestro país, trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano, la cual coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, principal cultivo alimentario del país. La celebración del Día de Muertos se lleva a cabo entre finales de octubre y los primeros días de noviembre, si bien popularmente se asocia principalmente a los días 1 y 2 de noviembre. Esto es así porque la celebración de los difuntos se divide en categorías y en un día específico de culto en función de la edad y causa del fallecimiento. De acuerdo con el calendario católico, el 1 de noviembre corresponde a Todos los Santos, día dedicado a los “muertos chiquitos” o niños, y el día 2 de noviembre a los Fieles Difuntos, es decir, a los adultos. En algunos lugares del país el 28 de octubre se destina a las personas que murieron a causa de un accidente o de manera trágica, y el día 30 se espera la llegada de las almas de los “limbos” o “limbitos”, los niños que murieron sin haber sido bautizados.
Las festividades indígenas del Día de Muertos incluyen prácticas como el adorno de las tumbas o hacer altares sobre las lápidas, lo que tienen un gran significado para las familias porque se piensa que ayudan a conducir a las ánimas y a transitar por un buen camino tras la muerte. Para facilitar el retorno de las almas a la tierra, las familias esparcen pétalos de flores de cempasúchil, la flor tradicional de la festividad, y colocan velas y ofrendas a lo largo del camino que va desde la casa al cementerio. Se preparan minuciosamente los manjares favoritos del difunto y se colocan alrededor del altar familiar y de la tumba, en medio de las flores y de objetos artesanales, como las famosas siluetas de papel. Estos preparativos se realizan con particular esmero, pues existe la creencia de que un difunto puede traer la prosperidad (por ejemplo, una abundante cosecha de maíz) o la desdicha (enfermedad, accidentes, dificultades financieras, etc.) según le resulte o no satisfactorio el modo en que la familia haya cumplido con los ritos.
En la celebración del Día de Muertos, la muerte no remite a una ausencia sino a una presencia viva; la muerte es una metáfora de la vida que se materializa en el altar ofrecido: quienes hoy ofrendan a sus muertos serán en el futuro invitados a la fiesta. En este sentido se trata de una celebración que conlleva una gran trascendencia popular en tanto comprende diversos ámbitos de significación, desde los filosóficos hasta los materiales.
Por ello, el encuentro anual entre los pueblos indígenas y sus ancestros cumple una función social considerable al afirmar el papel del individuo dentro de la sociedad. También contribuye a reforzar el estatuto cultural y social de las comunidades indígenas de México.
Asimismo, el Día de Muertos se considera también una celebración a la memoria, un ritual que privilegia el recuerdo sobre el olvido
N. de la R. La celebración del Día de Muertos en México ha logrado un reconocimiento significativo no solo a nivel nacional, sino también internacional. La inscripción por la UNESCO en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008 refleja la importancia de esta tradición como parte de las identidades culturales vivas del país. De hecho, esta festividad es una de las pocas en el mundo que ha sido reconocida por su capacidad para fomentar la cohesión social y la transmisión de conocimientos ancestrales a nuevas generaciones, lo que fortalece el sentido de pertenencia y preserva la diversidad cultural. Además, se debe destacar que esta festividad ha cobrado especial relevancia en la diplomacia cultural de México, convirtiéndose en un evento central en las representaciones culturales en el extranjero. En Estados Unidos, por ejemplo, ha sido adoptada en estados con grandes comunidades mexicanas como California y Texas, donde se organizan desfiles y eventos culturales que ayudan a reforzar la identidad mexicana en la diáspora. En estos eventos, se incorporan elementos icónicos como el papel picado, el pan de muerto, el cempasúchil, y las calaveras, tanto de azúcar como de decorativas, creando espacios de diálogo intercultural. Cabe señalar también la influencia prehispánica en esta festividad: las culturas mexica, zapoteca, y maya, entre otras, ya realizaban rituales de conmemoración a los muertos antes de la llegada de los españoles. Estos rituales se integraron al calendario cristiano, formando un sincretismo que hoy caracteriza al Día de Muertos. La fusión de creencias y prácticas ha dado lugar a la diversidad de celebraciones que varían según la región, cada una con sus particularidades, como la “Noche de Ánimas” en Pátzcuaro, Michoacán, o la “Fiesta de los Fieles Difuntos” en Oaxaca, reconocidas por su riqueza ritual y visual.