En estas comunidades, entre mortajas y altares funerarios, los muertos “hablan” a los vivos para señalarles quiénes serán las autoridades tradicionales para el siguiente año.

La noche del 1 de noviembre, en la Sierra de Nayarit, todo se oscurece y la penumbra envuelve a las comunidades náayeri de Jesús María y Mesa del Nayar, esperan el canto de un tecolote desde la torre de la catedral, pero no es un ave, es un hombre náyeri que anuncia el inicio del ritual de cambio de autoridades tradicionales.

En estas comunidades, entre mortajas y altares funerarios, los muertos “hablan” a los vivos para señalarles quiénes serán las autoridades tradicionales para el siguiente año.

El arqueólogo Francisco Samaniega documentó esta tradición que se desarrolla en la oscuridad del Día de Muertos y se extiende hasta el 1 de enero.

Según la etnografía que realizó, la ceremonia es un ritual en el que el “Hueytaboasima, o Gran Muerto”, un homenaje al último rey cora, Hueytlacatl Tonati, considerado la máxima figura espiritual y de autoridad en la sierra nayarita.

En la madrugada del 1 de noviembre, cinco ancianos de la comunidad, elegidos para encarnar a los “taboasimas” —o “muertos”—, se preparan en los altares laterales de las iglesias locales, uno está dedicado al Santo Entierro y otro al Rey Nayar.

Foto: Archivo. Francisco Samaniega

Vistiendo símbolos de autoridad

En silencio, los cinco ancianos se visten con las mortajas de sus antepasados, ropa de antiguos chamanes que se han conservado como herencia sagrada.

Las mortajas no sólo representan a quienes partieron, sino que cargan con sus historias y su poder, “es como si los muertos mismos volvieran a la vida para guiar a los vivos en su camino“, dijo Samaniega.

Se visten con estas mortajas, y “como en algo que se acerca mucho a la fiesta del Halloween, de América del Norte, aparecen en las puertas del templo, acompañados del ruido del tecolote, de campanas y de hachones de ocote”.

Van acompañados de personas que llevan canastos piscadores de maíz y visitan las casas donde se montan pequeños altares de donde recogen tamales y atole, que son llevados al final hasta la catedral.

En Mesa del Nayar, la procesión es encabezada por el “Kantur”, un cantor que entona himnos fúnebres en un latín antiguo, herencia de la colonización española, mientras la comunidad repite los cantos, formando un coro que parece viajar en el tiempo hasta el siglo XVIII.

La lengua latina se mezcla con las lenguas indígenas en un sincretismo que refleja la historia y resistencia de los náyeri frente a la imposición cultural.

La calavera del último rey cora encabeza el altar del Hueytaboasima

Al llegar a la catedral, los participantes se congregan frente al altar mayor, donde se encuentra el “Gran Muerto”; este altar está compuesto por una estructura de madera y otate, adornada con una tela negra que ostenta en lo alto una calavera.

Según la tradición, esta calavera es el cráneo del último rey cora, Hueytlacatl Tonati, bautizado en su tiempo, cuando llegaron los franciscanos a la sierra como Francisco Tonati.

Sobre el altar, las persnas acomodan una imagen de San Antonio de Padua, patrono del “bien morir,” preside la ceremonia, simbolizando la fertilidad y la protección de la vida, un emblema de la simbiosis entre la cultura náyeri y las creencias cristianas.

Foto: Archivo. Especial

Al pie del altar, una tela se extiende sobre el suelo, y sobre ella se disponen ofrendas, velas y ocote; la solemnidad del momento envuelve a los asistentes, que reconocen en este símbolo no sólo a su pasado, sino la continuidad de su historia y cultura, afirmó el arquéologo.

Con las primeras luces del día del 2 de noviembre, el ritual toma una nueva dimensión, porque la comunidad se reúne en la plaza lateral de Jesús María y en la de Mesa del Nayar, donde levantan estructuras cubiertas de ramas y hojas donde los principales de la comunidad pasan la noche.

El susurro de los muertos

Aquí es donde ocurre uno de los momentos más importantes de la ceremonia porque los ancianos descansan, esperando recibir en sueños los mensajes de los muertos.

En estos sueños, los ancestros revelan los nombres de quienes serán las próximas autoridades de la comunidad. Samaniega describe esta parte del ritual como “una conexión directa entre el pasado y el presente, en la que los muertos no sólo visitan, sino que también dictan el futuro”.

La ceremonia continúa hasta el 1 de enero, cuando los nombres de los nuevos líderes son finalmente anunciados, y con esta proclamación, los taboasimas devuelven sus mortajas a los altares del Santo Entierro y del Rey Nayar, completando así el ciclo.

El altar del Hueytaboasima se desmantela y sus ofrendas se reparten en una comida ritual compartida entre los miembros de la comunidad, cerrando el ciclo de vida y muerte que define esta ceremonia única.

A lo largo de esta celebración, los náyeri no sólo honran a sus ancestros, sino que reafirman su identidad cultural, sus creencias y su autonomía en un mundo que ha intentado, en múltiples ocasiones, imponerle otras formas de vida.

“Es como un espejo de la tradición mesoamericana de honrar a los muertos, pero también una forma de resistencia cultural que ha sobrevivido a siglos de colonización”, finalizó Samaniega.