Cuanto más conocemos Júpiter, menos esperanza tenemos de llegar a su interior. El planeta es el segundo cuerpo más grande del sistema solar y posee el doble de la masa de todos demás planetas del vecindario juntos. Sin embargo, no hay rocas en él. El planeta tiene tanto gas que, si hubiera acumulado un poco más de hidrógeno y helio hace 4,600 millones de años, probablemente se habría convertido en una forma inferior de estrella.

Las imágenes disponibles de Júpiter solo permiten ver un sistema de nubes de varios colores ordenados en franjas. Su categoría como “planeta gaseoso” resume muy bien su naturaleza. Aunque es enorme, toda la materia en él se halla en forma de partículas esquivas. Si tuvieras una nave que pudiera atravesar esa primera capa de nubes visibles, por más que te adentraras no encontrarías una superficie donde estacionarte. No obstante, dentro de Júpiter ocurren fenómenos que en ningún planeta rocoso como la Tierra se pueden observar.

La Gran Mancha Roja de Júpiter podría no ser el mismo objeto que visualizaron los primeros astrónomos que investigaron el planeta gigante en siglo XVII.

Así es el centro de Júpiter, el planeta gaseoso

El interior de Júpiter es, en el mejor de los casos, hostil. La enorme fuerza de gravedad del planeta, su temperatura y la presión atmosférica, causan que los gases que lo conforman cambien de forma a medida que se desciende hacia su centro. Al principio habría nubes de diferentes composiciones según su altura. Un hipotético astronauta vería un cielo relativamente normal con vientos de hasta 1,450 kilómetros por hora. Sin embargo, en algún punto del viaje hacia el centro de Júpiter, todo el hidrógeno molecular cambia paulatinamente a un estado líquido muy denso.

De acuerdo con la NASA, gran parte del interior de Júpiter es un líquido de hidrógeno de apariencia metálica . Es difícil encontrar ese estado de la materia en la Tierra. Para una mejor comprensión, los astrónomos proponen imaginarlo como un fluido de brillo metálico similar al mercurio. Este “océano” denso de hidrógeno es el responsable de que Júpiter tenga un campo magnético enorme que influye en todas sus lunas.

En cuanto al núcleo del gigante gaseoso, durante décadas se teorizó que debía ser sólido. Hasta donde han encontrado los astrónomos, todos los planetas se forman a partir de una semilla llamada planetesimal. Son pequeños cuerpos hechos de roca que luego evolucionan a planetas rocosos o se vuelven gigantes gaseosos. La transformación depende de la disponibilidad de recursos en su propio sistema, de la dimensión inicial y de la distancia con respecto a su estrella.

En un reciente análisis de la sonda Juno en Júpiter, la NASA pudo medir su gravedad y el campo magnético. Los datos sugieren que el núcleo no es sólido. El planetesimal está parcialmente disuelto en el océano metálico. No hay una separación clara entre el hidrógeno metálico y el inicio del núcleo.

Un enigma al que nos acercaremos pronto

Dentro del planeta, las presiones pueden alcanzar millones de atmósferas terrestres, mientras que las temperaturas superan los 1,000° C. No hay ninguna nave actual o tecnología que posibilite la exploración hacia el interior. El viaje hacia el centro de Júpiter seguirá siendo por mucho tiempo un asunto de la ciencia ficción.

Una gran parte de los recursos asignados a las agencias espaciales más importantes están dirigidos a la investigación de Júpiter y su sistema de lunas. Algunos de los satélites que posee cuentan con evidencia suficiente como para afirmar que poseen océanos de agua líquida dentro de ellos. Hay sondas que ya viajan hasta esa posición para observar de cerca y, si hay buenas noticias, en algún punto se planeará una misión de descenso a la luna congelada de Europa.