RIGOBERTO GUZMÁN ARCE
PASIONES
2 DE 2 PARTES
Desgarrador pedir explicaciones entre lágrimas y conmovedor cuadro del joven que, en Nogales, su novia, la mujer que bailaba precioso, que besaba con la tibieza de estrellas y la luna en el pelo ensortijado ya era de otro hombre que no quería, en California. Mientras las estelas de luces y las sombras me consumían en los recuerdos, en el atado de cartas, en mis palabras nacidas en la plaza, banca y claridades de la fortuna del encuentro, las calles solitarias y besos arrebatados. Siempre te recordaré clavados en las paredes en la ruta sentimental que se fueron fosilizando en versos que brotaron como palomas en el amanecer dejando a solas el campanario emocional, ¿a quién contarle mi desgracia? Sí, así fue, me refugié en la escritura y de mi piel llené jardines de flores y el mar de caracoles, diferentes eran de colores nuevos como la brillantez de los ojos cafés. Los que me dijeron en tantas noches que me amaban. Mi corazón triste quedó. Solo en la lejanía, y en las noches frías pensando en su compañía y las copas de Bacardí algunas veces me calmaban, pero en otras me consumía el acordarme de ella. Tuve que regresar a mi ciudad cargando poemas que sentía desfallecer. Entendía a fuerzas que a las mujeres no se les debe de entender, porque están hechas de material de galaxias desconocidas y de un cielo original. Hay que quererlas antes que se diluyan. Sin saberlo que mi andadura se llenaría de versos en lugares que me esperaban para hacerme sufrir y llorar, para hacerme feliz y alegrarme en mi lámpara para conocer el huerto, de frutos conocidos y prohibidos.
¿Cómo no quererte escritura de mi pasión? Si fuiste la acumulación del agua para formar mi propio río, el océano de mi vida; la semilla, para ser el árbol de un bosque en el encuentro del corazón con la razón, con los dedos y el alma que como el tintero se ofreció en la bondad y sutileza, el encuentro de mis pesadillas, los sueños y el vuelo de mariposas que en el infinito de las líneas, de las posibilidades de la expresión, de la libertad de conocerse uno mismo y a los demás. En ligar de ser isla me fui construyendo un puente con los trabajadores interiores que transpiraron, inspiraron y que sentía que los días y noches eran distintos, con las formas diferentes, las esquinas renovadas, con las letras de los barrios, de los que amamos por sobre todas las cosas, a la vida, el amor y la belleza. Surgí de la incertidumbre, de las trémulas palabras que nacían y pronto morían, porque todavía no estaban hechas para soportar la luz de la inclemencia, de las lluvias torrenciales de la indiferencia, de los sismos que estrujaban hasta el fondo de mi alma, pero las mujeres, las injusticias sociales y las estaciones como el otoño, forjaron el hierro que en huellas exactas abrieron escritos que soportarían el paso del tiempo, bueno al menos ya tenía la confianza. Fue cuando me acerqué a la crónica, a describir lo que acontecía y escribí un diario, rodeando amigos entrañables de la acción, de la teoría, de las utopías que, en callejones, en libros y poemas colectivos lanzamos la visión de los ilusos, de los que creían en el hombre nuevo. Los poemas caminaron con la gente y surgieron los de la sangre, las revoluciones en un ciclo irremediable de los siglos y el deseo frenético de comuniones sociales y reivindicaciones de que todos merecemos a ser felices en este reino terrenal. Somos únicos e irrepetibles. Y allí está Rigoberto llevando los rigores, los temas analizados arriba de un catre y escribiendo en madrugadas a los diablos, ángeles y fantasmas viejos y nuevos la concepción, de las victorias y derrotas. Los poemas botaban como lamentos largos, era el tren de sentimientos en busca de estaciones, de los recuerdos que, en cada latido, en cada palpitación sacudía mis venas enamoradas. Eran los destellos que no me dejaban dormir por la fuerza del corazón. Mi sangre de poeta pronunciaba tu nombre en cada amanecer y anochecer. Las pasiones se anidaban a mi vida y eran para siempre.