Periodistas sin título
Por Sergio Mejía Cano
Se dice, y se dice bien, de que no es ético escribir sobre asuntos personales en una columna de opinión; sin embargo, en ocasiones es necesario para dar el enfoque necesario sobre un tema a tratar.
Resulta que, andando en la ciudad de Guadalajara para recibir la reciente navidad, me encontré con varios compañeros ferroviarios a los que ya tenía varios años de no verlos; así que, por lo mismo, la plática recurrente fue comentar viejas anécdotas entre qué has hecho, cómo te ha ido, desde cuándo eres diabético, etcétera. Lo raro es que tres de ellos, ya jubilados y pensionados, cuando me tocó decirles que ahora me entretengo mandando colaboraciones escritas a varios medios de comunicación en Tepic, Nayarit, coincidieron con su cara de extrañeza y la pregunta obvia de que cómo era posible que ahora me dedicara a escribir si ni periodista era.
Groso modo les expliqué que de acuerdo a Vicente Leñero y Carlos Marín, en su libro “Los periodistas”, señalan como periodistas a columnistas y articulistas, entre los que se considera un servidor. Las risas como de burla, sorpresa o tal vez incredulidad no se hicieron esperar, posiblemente debido a que laboramos juntos en el ferrocarril por casi 30 años o un poco más y que por esto, nos conocimos prácticamente en todo: gustos, formas de pensar, de vivir, de convivir, etcétera. A la mejor de ahí que a estos tres camaradas se les hiciera extraño que ahora me dedicara a escribir una columna periodística.
Lo anterior me hizo recordar que cierta vez una persona que está dentro del periodismo nayarita desde muy joven, me comentó que él y otros periodistas se habían preguntado cómo y por qué me habían admitido a la Unión de Columnistas y Articulistas de Nayarit (UCAN) si ni periodista era, a lo que le pregunté a la vez que me nombrara, entre mujeres y varones que se han dedicado y se dedican al periodismo en Nayarit, sobre todo en su capital cuántas de estas personas tenían el título profesional de periodista; obviamente no pudo dar más de tres nombres, excepto de él mismo que desde luego, tampoco tenía estudios profesionales de periodismo, así que, al verlo patinar al no poder responder con claridad, le referí lo dicho por Vicente Leñero y Carlos Marín, de que un columnista y articulista aun sin recibir pago alguno, se considera como periodista. Y tan, tan; ya no supo qué responder.
Hoy en día existe la carrera profesional de periodismo en todas sus facetas, así como la licenciatura en Comunicación Social; sin embargo, existe la posibilidad de que haya gente inmiscuida en el ámbito periodístico debido a que sus ancestros se dedicaron o se dedican al periodismo y que por lo mismo, tal vez desde niños se vieron envueltos en el trabajo de sus familiares y decidieron por mutuo propio, por convicción o a la mejor porque no vieron más posibilidades por lo que ahora también se dedican al periodismo. También puede haber hoy en día o anteriormente personas que se infiltraron en el periodismo por amiguismo, por compadrazgo o porque alguien les dijo que en el noble oficio del periodismo había la posibilidad de pasarla bien, sobre todo para relacionarse con personajes de la política, del empresariado o del arte y la cultura y, entre estos últimos están quienes dieron el ancho y otros que no, pero que gracias a las relaciones adquiridas o fusilando estilos han seguido enquistados.
Se dice que los primeros periodistas podrían haber sido los pregoneros que a grito abierto anunciaban acontecimientos, luego, con la invención de la imprenta se pudieron difundir más las noticias que se llegaban a saber en aquellos tiempos antiguos. Así que cuando ya nació el periodismo impreso en sí, ¿quién enseñó periodismo a aquellos neo periodistas? Se entiende que se fueron formando y conformando con el tiempo al ver y comprobar qué encabezados llamaban más la atención, cuál era la forma de no hacer pesada una lectura, el porqué le interesaba más a la gente una nota con datos más claros y abundantes, lo mejor de escribir párrafos cortos y entendibles con lenguaje no tan rebuscado y, desde luego, no ofender ni vilipendiar ni acusar a alguien sin sustento ni razón.
Claro que entre el buen periodismo tuvo que haber la contraparte a la que se le dio por llamar periodismo amarillista, pues siempre va a llamar la atención gritar noticias alarmantes o denigrantes; mitotes y argüendes que, aunque sean falsos, de todos modos, venden y generan ganancias. Pero afortunadamente, estas notas malas ya son lo menos.
Sea pues. Vale.