RIGOBERTO GUZMÁN ARCE

                                  LA PLAYA DE JUVENTUD

1.- La isla del Coral y la isla del Cangrejo, imagen y semejanza. Ruge muy suave el océano en esta parte de olas tibias y mansas. En este espacio pequeño rodeado de agua y vegetación abundante. De día es una delicia contemplar el horizonte que se Confunde la línea de los dos azules llenos de gaviotas que se lanzan Por comida y forman escuadrones incesantes por vivir. Vendedores de brochetas de camarón y lonjas de ‘pescados sierra en el ir y devenir por los caminos de la arena. Hileras de restaurantes típicos con sus clásicas palapas y las infaltables sombrillas que desde la terraza parecen hongos multicolores que nacen al, ras de playa. Es majestuoso y hechizante contemplar este cuerpo de agua donde lanchas y barcos de fiesta ambulante lo recorren. De noche la costa es un tren luminoso y titilante largo y callado y la bóveda celeste en los dominios del corazón. Me tocó vivir a dos horas y media del mar, pequeño espacio valioso donde he tenido relación de complicidad desde pequeño. Como si fuera programa del Google Earth, se torna el lugar más pequeño y la silueta de Nayarit se empequeñece y una vasta región está ante mis ojos con la formación territorial de México y luego la larga figura de nuestro Continente Americano. Ante mí, el poderoso y profundo Océano Pacífico. Me reencuentro una vez con el mar y evocó con calma y con una cerveza en la mano, imágenes de todos los tiempos. El hombre como evolución y nuestro pasado millonario enfrente. Sensación, me recorre un rio de agua salada por mis venas y me estremece pensar todos los accidentes de la naturaleza para estar aquí y ahora venerando a la presencia que no puede uno evadir por su belleza. Pregunto, ¿cuántas veces he recorrido su cuerpo?, he sido temeroso de recorrerlo más allá que sus pies, jugado con sus dedos. Apenas lo toco y le tengo respeto al movimiento sonoro y estrujante y la conspiración de las inercias para llevarnos a sus profundidades como a mi amigo Jorge Hernández Leonor. Ante estas circunstancias lo he amado en silencio con mis letras, las presencias y soledades y los recuerdos se hacen poemas como el paso del cometa Hale Bopp en una noche de Chacala. Aquí estoy en el mítico lugar de Rincón de Guayabitos.

 2.- La carretera que desde Chapalilla, después de salir de la 15 Internacional, se vuelve extraña porque sabe uno que es la que desde niño es la que lleva al mar y escribir esto se llena el torrente inevitable en mi memoria de otro mar emocional como un hijo que va en busca de sus padres. ¿Cuándo fue la primera vez que lo conocí? No sabía de su existencia. Han sido tantas veces los recorridos por este sendero de asfalto con sus curvas y pueblos de polvo cálido. 34 De 16 años, con un puñado de jóvenes, nos lanzábamos a la aventura en vacaciones de Semana Santa a Peñita de Jaltemba. Con sacos, maletas y sencillas mochilas, los preparatorianos con sus ansias y sus bromas pesadas. El lunes partíamos y el reto era irse en aventones, en lo que se pudiera. La razón era ahorrar en el viaje de ida para que el poco dinero aguantara durante toda la larga semana de bohemias, por no decir borracheras. César Landeros sobresalía como uno de los líderes del grupo de casi 50 compañeros del destino. Waseda, con tiempo cosía costales de harina para hacer las rusticas casas de campaña. Llevaba herramientas, las elementales como lámparas de minero, martillo, sogas, hilo y agujas gigantes. César, José Luís “El Tequilita” y yo en algunas ocasiones nos íbamos en el tren hasta Compostela, con chamarras de la US ARMY, procurando que no nos cobrara el boletero, nos escondíamos en el vestíbulo de los vagones. Llegando a La Peñita, nos reuníamos de tarde o noche, y así, con la luz de la luna armábamos el campamento a uno o dos kilómetros del pueblo. El caso era sufrir las inclemencias de la lejanía, el frío o calor y la brutal hambre. Lo que no faltaba era el balón de fútbol. René, “Agüilla”, Memo “Pájaro”, Tomy, Meño, Dago; Toño, Chavilla, “Negüi”, Gaby, “Capi”, Gonzalo, “Cácaro”, “Gory”, nombres que quedaron con rostro juvenil, algunos fallecidos y otros convertidos en padres de familia temerosos a que los hijos realicen la osadía de vivir una temporada en el mar. Por los atributos de dirigir se nombraba a un jefe para que nos encomendara las acciones a realizar durante el día. Uno o dos iban al pueblo por víveres, otros cocinaban, uno aseaba las casas. A jugar fútbol se ha dicho, 20 contra 20 durante tres o cuatro horas y no teníamos fatiga. De mañana a correr y en la noche a tomar caguamas, la medida de los pobres y ya entrados a los bailes populares en las palapas y el calorón del tiempo y del cuerpo de mujer. Recuerdo al conjunto musical que nunca fallaba: Los Happys de Tepic. Ya de madrugada a contar las aventuras de ese día y de la noche acostados a unos cuantos metros de las olas. En esa época no sabíamos de Tsunamis, sólo de estar enamorados de las primas del “Águilla”, que cuando llegaban al campamento de desesperados se volvía un manicomio, tratando de quedar bien con las damas que venían de México. Sus padres rentaban “búngalos” que para nosotros era un lugar inalcanzable. De todo, hacíamos una fiesta y un drama. Recorríamos el pueblo pequeño y por la playa nos íbamos a recorrer la costa para llegar a los acantilados y Rincón de Guayabitos. Al final de cada temporada comíamos agua y frijoles o arroz y agua con tortillas. Luego el regreso que inevitable era ya en lo que se pudiera. Hartos, de cansancio llegábamos a Ixtlán con el alma a cuestas. Nos separó el estudio y los años de aquel mar de adolescencia y juventud.