En un laboratorio del Tecnológico de Monterrey, lo que parece ciencia ficción ocurre todos los días: se imprime vida. Bajo la mirada de un microscopio, un tumor crece en un biorreactor del tamaño de una moneda. A pocos metros, una impresora 3D da forma a una pieza de carne que simula el tejido muscular humano. Allí, los científicos mexicanos Grissel Trujillo de Santiago y Mario Moisés Álvarez encabezan una de las apuestas más ambiciosas de la medicina moderna: demostrar que sí es posible imprimir un órgano humano.

El laboratorio forma parte de Expedition, un innovador espacio de colaboración entre academia e industria. Ahí, estos dos investigadores lideran el Laboratorio de Biofabricación Avanzada, el primero de su tipo en América Latina, donde cada día se fabrica lo impensable: piel, músculo, minitumores… y todo con tecnologías accesibles como gelatina modificada, algas y tejidos en polvo.

La clave de su trabajo es la biofabricación, una disciplina que busca construir tejidos vivos funcionales a partir de células y materiales biológicos. No se trata de una simple impresión en 3D, sino de integrar vida en cada capa. Sin embargo, el mayor reto no es la tecnología, sino lograr la vascularización de los tejidos: sin vasos sanguíneos, las células impresas no sobreviven. “De nada sirve un riñón impreso si sus células mueren en minutos”, explica Trujillo.

Los avances ya son tangibles. El equipo ha desarrollado modelos de piel para estudiar el pie diabético, minitumores para probar fármacos sin animales de laboratorio, y tejidos musculares para investigar enfermedades como la sarcopenia. Aunque aún no están en etapa de implantes, cada desarrollo representa un paso hacia un futuro en el que las soluciones médicas se impriman en laboratorio.

Uno de los proyectos más prometedores son los minitumores: estructuras celulares que imitan con precisión cómo crecen los tumores de colon o de mama, permitiendo estudiar su evolución en tiempo real y sin recurrir a modelos animales. Otro avance clave es la impresión de tejido muscular funcional, con microvasos, para explorar terapias regenerativas.

Inspirados también por problemáticas alimentarias, Trujillo y Álvarez cofundaron Forma Foods, una startup que aplica la bioimpresión para crear carne vegetal con la textura de un bistec. Aunque en apariencia alejado de la medicina, este proyecto les permite afinar habilidades clave como el escalamiento industrial, la regulación y el emprendimiento.

Más allá de la ciencia, su meta es clara: formar talento mexicano, generar empleos de calidad y demostrar que la innovación de vanguardia también se habla en español. “Esto ya está pasando —dice Grissel— y está pasando aquí”.

A pesar de los desafíos económicos y estructurales, el equipo avanza. Saben que imprimir órganos completos tomará tiempo, pero ya están construyendo las piezas necesarias: una piel que acelere la cicatrización, un músculo que simule enfermedades, un tumor que permita probar tratamientos sin dañar animales.

Todo eso ya ocurre. No en un laboratorio de ciencia ficción, sino en uno mexicano. Bajo un microscopio y con una impresora.