Los aztecas consumían saltamontes, hormigas y otros insectos, además de gusanos, pero la costumbre se diluyó tras la conquista española
Cuenta una leyenda que los aztecas los adoraban porque les alertaban sobre incendios. Hoy los chapulines o saltamontes se perfilan como una alternativa para combatir la desnutrición infantil en México gracias a sus propiedades alimenticias.
Un centenar de niños y niñas de la empobrecida comunidad de Tlaltizapán, Morelos, recibieron diariamente, durante cinco semanas, una galleta de harina preparada con estos insectos, como parte de un proyecto de investigación académica en curso apoyada por el gobierno y hospitales privados.
A los menores les hicieron pruebas antes y después de comerlas para medir sus niveles de nutrición. Aunque los resultados aún no están listos, sus familiares relatan que percibieron efectos positivos de inmediato.
“Desde el primer día que empezaron a comer las galletas, ellos son más atentos, comen bien, les sirven hasta para el estreñimiento”, dice Paula Rodríguez, de 57 años, cuyos tres nietos -incluidos unos gemelos de ocho años- recibieron la ración en la sede local del Instituto Nacional de Pediatría (INP), entidad gubernamental que respalda la iniciativa.
Los insectos son una fuente importante de proteínas, ácidos grasos, fibra y micronutrientes como cobre, hierro, magnesio, fósforo, manganeso, selenio y zinc, según estudios de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Un informe de 2021 de ese organismo señaló que en México 12.5% de los menores de cinco años tienen retraso de crecimiento, 6.8% sobrepeso y 1.7% bajo peso. Los niños en ese rango de edad representan 8% de los 126 millones de habitantes.
El experimento en Tlaltizapán se repetirá en enero en otra comunidad vecina.
Los chapulines son parte de la dieta de muchos mexicanos
Los aztecas consumían saltamontes, hormigas y otros insectos, además de gusanos, pero la costumbre se diluyó tras la conquista española.
Sin embargo, en México aún se venden chapulines en las calles o en restaurantes como snacks, y a granel en algunos mercados.
René Cerritos, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que interviene en el proyecto junto con otras entidades académicas, hornea las galletas de chapulines en su casa de Ciudad de México con su colega Erandi Reyna, del INP.
Su objetivo es que el gobierno las distribuya entre menores de zonas marginadas y que la población en general incorpore el consumo regular de insectos para “reducir enfermedades como hipertensión, diabetes y cáncer”, en ocasiones asociadas a la mala alimentación en edades tempranas, comenta Reyna.
Los aztecas -que según el mito se percataban de los incendios por el rápido andar de los chapulines- “tenían una dieta impresionante (…), mucho mejor de la que tiene México actualmente”, complementa Cerritos tras cocinar una bandeja de galletas.
En el centro pediátrico de Tlaltizapán, los niños disfrutan las galletas ligeramente endulzadas con miel y recubiertas de amaranto, sin conservadores.
Los gemelos irrumpen entre risas y gritos buscando las envolturas del alimento que traen juegos o adivinanzas. “¡Me gusta el amaranto y la miel y los chapulines!”, afirma a todo pulmón Raymundo Morales, uno de ellos.
En una fría madrugada, el recolector Juan Tula Castillo, de 43 años, se abre paso entre tupidos pastizales en Zacatepec, Puebla.
Camina hasta 20 kilómetros por jornada sacudiendo la vegetación con una cesta de malla a la que se adhieren los chapulines mientras duermen.
Lleva una lámpara ceñida a la cabeza para evitar caer en hoyos profundos, ser atacado por un animal o incluso asaltado. Tras seis horas recolecta 10 kilos de chapulines que venderá por el equivalente a unos 470 pesos a un intermediario, que luego los comercializará en un mercado.
El auge del consumo de insectos a nivel internacional motivó incluso a la empresa francesa Ynsect a aliarse con el Corporativo Kosmos para instalar en México una granja de insectos.
Mezclados con huevos y otras hierbas, Castillo los consume diariamente durante la temporada se recolecta que este año inició en octubre y concluye con el invierno boreal, al que no sobreviven estos insectos.
“¡Ando en el frío y hago esto y nunca me enfermo!”, comenta sonriente al amanecer, con los majestuosos volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl de fondo. Para él, los chapulines que lo mantienen saludable saben a “camarón frito”.